Sanación
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         Curación de una enfermedad corporal, psicológica o espiritual en virtud de un acto positivo que alguien puede hacer. Se considera como un don especial del Espíritu Santo, del que constan múltiples ejemplos en la acción profética de Jesús, en la primera etapa de la Iglesia y a lo largo de los siglos.
    Estrictamente el milagro de sanación o curación de una enfermedad impli­ca la superación de las leyes naturales. Evidentemente esto es posible siempre a Dios y a quien, bajo la inspira­ción y la acción misteriosa de Dios, lo realiza en su nombre. El principio enunciado por el ciego del Evangelio fue claro: "Dios no escucha a los pecadores... Desde que el mundo es mundo nadie abrió los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no fuera de Dios no podría hacer nada de lo que hace" (Jn. 9. 30-32)
   Un tumor real instantáneamente desaparecido, una pierna cortada que es restaurada, unos ojos que nunca vieron y se recuperan y muchos más acontecimientos similares, son milagros inexplicables para la ciencia.
    Con todo es importante educar al hombre para no ser crédulo, sino creyente, ante los hechos que se narran en las vidas de los santos o en los santuarios. Crédulos son los que todo lo creen y que no sospechan la posi­bilidad de sugestión en los trastornos psíquicos o los efectos de fuerzas desconocidas que realmente existen. Esas fuerzas se dan en la locali­zación de una fuente o en la levitación de un cuerpo. Pueden existir en la sanación de algún mal corporal. Y nada obsta en clave de fe auténtica para pensar que muchos endemoniados del Evangelio fueron epilépticos o que muchas curaciones en la vida de los santos fueron hechos naturales.
   Pero que Lázaro llevaba cuatro días muerto y salió del sepulcro (Jn. 11.40) y que en la Historia de la Iglesia hubo hechos curativos inexpli­cables y plenamente milagrosos, es indiscutible. Creyentes son los que disciernen el milagro del prodigio y asumen la posibili­dad de que Dios intervenga en la vida humana.