Sentimientos
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   En los tiempos actuales se multiplican los estudios psicológicos sobre la afectividad y la sensibilidad interior del hombre. Se dan cuenta los antropólogos, los sociólogos y también los psicólogos de que no basta explicar la inteligencia y la voluntad para entender al hombre.
   Resulta necesario conocer todo el entramado afectivo que late en su intimidad. Para valorar adecuadamente las tendencias y la actitudes, los intereses y los atractivos, los gustos y los desagrados. Es preciso acudir a su conducta y a su realidad entera.

1. Naturaleza de la afectividad

   La afectividad es la energía que genera el conjunto de sentimientos inferiores y superiores, positivos y negativos, fugaces y permanentes, que sitúan a la totalidad de la persona ante el mundo exterior.
   Es una facultad humana sumamente compleja y variable, pues en ella se albergan multiplicidad de reacciones y de cualidades que pueden quedar reflejadas y expresadas en algunas como éstas:
     - Sensibilidad, que es la posibilidad de recibir impresiones exteriores, sobre todo por vía sensorial. También hay sentimentalidad, que es la riqueza, fluidez y facilidad expresiva de los sentimientos.
     - Emotividad es la capacidad para generar emociones. Existe en cuanto se cuenta con aptitudes receptivas que configuran la impresionabilidad y con facilidades reactivas que suscitan las respuestas nerviosas.
     - Otros términos y conceptos aluden a ella según los objetos y formas de expresarse al exterior: amabilidad, dulzura, ternura, seguridad, agresividad, susceptibilidad, etc.
  Lo importante no son los términos, abundantes en la expresividad castellana, sino el abanico de afectos que abarcan la vida humana en este terreno.

   1.1. Teorías sobre la afectividad

   La afectividad ha sido diversamente interpretada por los psicó­logos. Las teorías tradicionales y primeras han pretendido convertirla en algo de naturaleza preferentemente animal.
     - K. Darwin (1809-1882) la reducía a las meras reacciones de ajuste al medio ambiente, las cuales son tanto más organizadas y sutiles cuanto el ser vivo se halla más evolucionado en la escala de los seres sensibles.
     - W. James (1842-1910), C. I. Lange (1834-1900), W.M. Cannon (1875-1954), la identifica­ban con una simple fuerza nerviosa, especialmente vinculada con las zonas talámicas y vegetativas del cerebro. Mediante ella el organismo se acomoda a las condiciones ambientales.
    - J. P. Watson (1878-1959) y los behavioristas la hacen priori­tariamente una propensión heredada que, en definitiva, no supera la naturaleza refleja del sistema nervioso.

    1.2. Teoría personalista

    Sin embargo, en los tiempos más recientes se ha impuesto en la Psicología una revalorización de la afectividad como facultad específica y superior del hombre.
    Los modernos psicólogos de la personalidad, como G. Allport (1897-1963) o K. Rogers (1902-1980), hacen de la afectividad la energía más representativa del hombre interior, en el mismo orden de importancia de los valo­res y de las ideas, de las motivaciones y de las opciones.
    La afectividad es, junto con la inteligencia y con la voluntad, una facultad superior, constitutiva de la personalidad y ordenadora de la conducta. Sus frutos son los senti­mientos, que constituyen reacciones globales ante las situaciones, disposiciones y realizaciones, que son captadas por el sujeto a través de las otras facultades.
    Y sus rasgos se convierten en un entramado de fuerzas internas en torno a los intereses y a las actitudes que se manifiestan en las emociones y en las pasiones.

   2. Emociones y pasiones.

    Los sentimientos humanos son de dos tipos fundamentales. Unos nos son co­munes con cualquier animal que posea sistemas nervioso y endocrino. Y otros son más específicamente humanos y los llamamos sentimientos superiores.
    Los sentimientos inferiores son más pasajeros y fugaces, recibiendo el nombre de emociones o conmociones. Y otros pueden ser más estables y fijos y reciben el tradicional apelativo de pasiones.

   2.1. Las Emociones.

   Son sentimientos impulsivos que afectan sobre todo al sistema orgánico. Rápi­das en su aparición y comportamiento, merecen mejor el nombre de conmociones o reacciones automáticas.
   El proceso de las emociones es de alguna manera uniforme en todas ellas y sigue estos pasos:
       - 1. Captación del objeto o estímulo; y proyección en el propio yo como benefi­cio o como peligro.
       - 2. Reacción corporal o estimulación orgánica que produce el objeto, sintiendo la correspondiente alteración nerviosa o endocrina.
       - 3. Conciencia de la propia situación, agradable o desagradable, y de la reac­ción que se produce.
       - 4. Admisión o rechazo del objeto de la emoción, con la aportación de las otras facultades como son la inteligencia o la voluntad.
       - 5. Disminución o resolución de la emoción, con el consiguiente distancia­miento del objeto, que se diluye en el terreno de la conciencia.
    Las emociones configuran un sector importante de nuestra relación con el mundo exterior. Son muchas las que recibimos en nuestra vida normal: miedo, sorpresa, vergüenza, sobresalto, ansia, gozo, anhelo, retraimiento, reacción defensiva, movimiento apropiador, compasión, ternura y muchas más.
    Cuanto más habituada está la voluntad al control de las emociones, más pueden éstas quedar relegadas al interior de la persona.
    Y, si el autogobierno está menos desa­rrollado, mayo­res son las repercusiones corporales y más expresivas las manifestaciones, hasta llegar incluso a dominar en la voluntad.

   2.2. Las pasiones.

   Son sentimientos semejantes a las emociones y de energía psicológica y fisiológica similar; pero su permanencia en el sujeto es mayor por la misma naturaleza del objeto que las provoca. Es tradicional clasificarlas en concupiscibles o tranquilas y violentas o irascibles.
 
    2.2.1. Las concupiscibles

   Producen reacción más diluida y continua creando más bien estados perma­nentes del individuo que se acostumbra a obrar en conformidad con su permanencia e influencia.
  - Cuando están promovidas por un objeto considerado bueno por el sujeto suscitan: amor, en cuanto producen placer en la consideración del objeto; deseo, en cuanto inclinan hacia su posesión por ser posible; alegría, si producen satisfacción al conseguirlo.
  - Cuando el objeto que las suscita es conside­rado como malo y nocivo por el sujeto, provocan actitudes contrarias: odio, en cuanto se considera el objeto en si mismo; aversión, si el objeto se pre­senta evitable; tristeza, si el objeto se posee ya inevitablemente.

   2.2.2. Las irascibles

   Producen movimientos más concretos y con perfiles más definidos. Son reacciones de mayor desasosiego y perturbación afectiva.
     - Si el objeto se considera como bueno, surgen reacciones varias: esperanza es la confianza intranquila de poder conseguirlo; desesperación es la angustia de haberlo perdido por completo.
     - Si el objeto es presentado como malo o rechazable, las reacciones son de otro tipo diferente: valor es la capacidad de luchar para alejarlo; miedo es la posibilidad de que llegue, sin poder evitarlo; ira es la rabia que se tiene cuando ya ha Llegado.
     Las pasiones o emociones son muy frecuentes en la vida y sin ellas el hombre viviría de forma neutra. Pero es importante que no sean los sentimientos los que rigen la conducta, sino ellos deben ser gobernados pro la inteligencia y la voluntad.

Quien ante emociones y pasiones como: miedo, envidia, triste­za, angustia, vergüenza, ira... se deja dominar, difícilmente puede vivir en sociedad        

 

   

 

 

 

3. Sentimientos superiores

   Las emociones y las pasiones son riquezas basadas en las estructuras orgánicas del ser vivo, sobre todo del sistema nervioso y del sistema endocrino. Pero el hombre, animal racional con grandes cualidades y facultades superiores al no racional, cuenta también con otros senti­mientos.
     Los sentimientos superiores son las capacidades afectivas que, a la luz de la inteligencia y con la fuerza de la voluntad, producen situaciones de agrado y de desagrado, de satisfacción o insatisfacción, ante objetos suprasensoriales.
     La afectividad humana puede producir situaciones de atractivo o de repulsión cuando valores, motivos, situaciones, personas y objetos se presentan ante la inteligencia y ante la voluntad.
     Sólo el ser racional puede experimentar estos sentimientos elevados, porque sólo él puede poseer capacidades para configurarlos y asimilarlos. El animal inferior no es capaz de tener honor, piedad, admiración, orden, fidelidad, heroísmo, resignación, emulación, etc.

     3.1. Tipos superiores

     Es tradicional clasificar los sentimien­tos superiores en tres áreas o niveles de presencia y de influencia.
     Son la ética, la estética y la trascendente o espiritual.

   3.1.1. Sentimientos éticos.

   Son aquellos que inclinan a cumplir con agrado los propios deberes, no sólo legales, sino también morales. Ellos se organizan, no en relación a la ley (jurídicos), sino ante la conciencia (metajurídicos).  El agradecimiento, por ejemplo es un sentimiento ético que está más allá de la norma positiva. Sin embargo, la satisfacción de cumplir con la ley es un sentimiento jurídico.

   3.1.2. Sentimientos estéticos

    Son los que nos producen atractivo, agrado o sorpresa, ante lo que consideramos bello, incluso maravilloso o sublime. El animal no puede descubrir la belleza de un paisaje de una escultura o de un jardín.
     Por el contrario, el hombre es capaz de diferenciar la belleza o la fealdad de un pintura, la armonía o la desproporción de un edificio, la elegancia o la inoportunidad de un adorno.

   3.1.3. Sentimientos trascenden­tes

   Son espirituales las impresiones que nos unen profun­damente con lo que está más allá de los sentidos. Entre los trascendentes unos son más intelectuales, como la reacción ante los descubrimientos de la ciencia.
   Otros son más morales, como los vínculos profundos con los padres. Y algunos, entre los que están los religiosos, son más espirituales, pues nos unen con el Ser Supremo, objeto de nuestras creencias.
    La grandeza espiritual y moral del hombre está vinculada estrechamente con los sentimientos superiores que poseemos y que sólo los seres racionales podemos cultivar y organizar.

 

   3. 2. Influencia de los sentimientos

   En la medida en que nuestra conciencia es depositaria de esos sentimientos superiores, podemos construir nuestra espiritualidad.
   Cuando todo en nosotros se reduce a sensaciones o intereses visibles e inmediatos, nos alejamos de la grandeza radical del hombre.
   La naturaleza humana está dotada de gran capacidad afectiva. El aceptar los sentimientos y saber integrarlos en el conjunto de todas las riquezas humanas es un don natural al que todo hombre debe aspirar. Las riquezas que vienen del exterior se hacen personales por su asimilación interior. Es la condición del progreso humano.

   4. Actitudes e intereses
 
   Los sentimientos son fuerzas dinámi­cas y proyectivas. Su reso­nancia en la personalidad es grande. Y se van transformando en acciones y reacciones de adaptación al medio en el que se vive.  Se transforman en actitudes y en intereses.

   4.1. Las actitudes.

   Son dis­posiciones que adopta el suje­to ante la variedad de objetos exte­riores.  Los intereses son reclamos de los objetos en el sujeto que se siente interpelado por ellos. Actitudes son respuestas del sujeto ante los objetos que interesan. Unas y otros son las formas externas e internas en que se traduce la afectividad. Son el espejo en que podemos entender y explorar los sentimientos.
   Las actitudes son reacciones globales. Toda la personalidad se orienta positiva o negativamente hacia lo que se presen­ta ante sus ojos interiores y reclama una postura de acogida o rechazo, de adhesión o de repulsión. La afectividad entera tiende a transparentarse a través de las actitudes pues ellas van configurando el ajuste o desajuste de cada sujeto en relación a los objetos.
   Las actitudes se singularizan según esos objetos contemplados: ante los grupos raciales, ante las ideologías políti­cas o religiosas, ante los lugares o ante los acontecimientos.
   Pero también las actitudes se interrelacionan y se influyen mutuamente. Sus mapas complejos y diferenciados hacen posible que la personalidad sé oriente positiva o negativamente ante la vida o ante el entorno. Las actitudes varían según la situación personal. Se intensifican o se debilitan con el paso del tiempo. Se clarifican o se oscurecen según la eficacia de los estímulos.  Se entierran en el fondo de la conciencia o se explicitan en los comportamientos según el modo de ser.

 

 
 

 

3.2. Los intereses

   Son reclamos de objetos que nos llegan desde el exterior. En nosotros se convierten en llamadas al fondo de la conciencia y a veces de la subconsciencia. Los intereses representan movimientos unilineales que nos llevan hacia el objeto que se presenta como atractivo. No hay intereses negativos, aunque sí los hay dirigidos hacia objetos nocivos Según la naturaleza del objeto y su grado de reclamo a la afectividad, pueden ser más intensos o más débiles, más nítidos o más confusos, más duraderos o más fugaces.
   Pero siempre son llamadas que el sujeto acoge o menosprecia. Los intereses son tantos como objetos emiten reclamos. Los hay objetivos y subjetivos, alocéntricos o egocéntricos, sensoriales o trascendentes, naturales o artificiales.
   Según el origen de los intereses, pueden resultar espontáneos o pueden ser provocados hábilmente desde el exterior.
   Nadie puede carecer de intereses, pues ellos son la forma como el ser humano se relaciona con los seres y las acciones del mundo. Co­nocer a un individuo equivale a descubrir sus actitudes. Gobernar a un sujeto supone influir en el terreno profundo de sus preferencias y de sus rechazos

   5. Deficiencias afectivas

   A través de las actitudes y de los intereses es como se manifiestan los desajustes efectivos de la personalidad y del comportamiento.
   Siendo la vida afectiva del individuo rica por los múltiples objetos que la pueden reclamar y variada por la diversidad de respuestas que se pueden dar, los desequilibrios afectivos pueden ser muchos en modalidad, inten­sidad, vinculación a las facultades y manifestaciones dinámi­cas en el comportamiento.  Las formas de desequilibrio afectivo son variables.

   5.1. Carencias afectivas

   Unas veces son formas carenciales o deficiencias afectivas. Pueden mostrarse, o bien por pobreza de afectos, o bien por dificultades en el control y gobierno de los mismos.
  -  La inmadurez afectiva supone un retraso en los procesos de desarrollo. Lo que es natural y expansivo en el niño: lágrimas, miedos, caprichos, etc., se convierte en inmadurez cuando acaece en etapas posteriores en que los demás rasgos han supuesto avance natural.
   Si la carencia se debe a la constitución caracterial del sujeto, se suele denominar con el hombre de apatía o pobreza de afectos. Esta llega a ser destructora cuando es de tal intensidad o modalidad que impide la vida personal y relacional equilibrada.
   Incluso se puede llegar a la anestesia, cuando la pobreza afectiva es tan constitutiva que impide, incluso con connota­ciones fisiológicas, el sentir las naturales reacciones ante los objetos que se pre­sentan.
   Importante es recordar a los educadores que con frecuencia las carencias afectivas en estadios evolutivos son meras apariencias de dureza o fortaleza.
  
   5.2. Desajustes afectivos

   En otras ocasiones lo que se traslu­ce es el exceso de sentimientos, o bien por existencia de demasiados atractivos que conducen al desgaste y a la dispersión afectiva, o bien por exceso de la intensidad en el sentimiento. Este último perjuicio, que se suele denominar hiperestesia o sensibilidad exagerada, puede revestir diversas modalidades:
   Solemos llamar susceptibilidad a la exagerada capacidad de sentirse interpelado por los objetos, sobre todo cuando perjudica la relación convivencial normal.
     - Se produce celotipia cuando esa hipersensibilidad se refiere a objetos personales cercanos.  Los celos maternos, las amistades celosas, los celos conyugales, los celos políticos, estéticos o religiosos, etc., siempre implican un desgaste excesivo, que sólo puede conducir a la incomunicación y al posterior repliegue doloroso de las demás facultades, sobre todo de la fantasía.
   - Las polarizaciones afectivas, o compromisos excluyentes de la afectivi­dad en un objeto concreto, perjudican también el equilibrio afectivo que, por su naturaleza, reclama apertura generosa a la vida.

  

 

  

 

   

 

6. Educación afectiva

   Basta contemplar la enorme diversidad de desarreglos afectivos que pueden acontecer, incluso aludiendo a la propia experiencia, para caer en la cuenta de que la facultad que llamamos afectividad reclama atención vigilante, gobierno sabio, formación conveniente y seguimiento constante.
   Por eso requiere una educación adecuada, antes de que los desajustes lleguen, y una reeducación conveniente, si se han producido.
   Consignas de educación afectiva son las siguientes:
      - La primera labor es siempre profilác­tica o preventiva, que consiste en evitar lo nocivo antes de que llegue. Quien se sitúa en posiciones peligrosas para el propio equilibrio sentimental, no debe extrañar la aparición de tensiones, trastornos y conflictos que incluso resulten excesivos para ser dominados por las propias fuerzas.
      - La segunda labor es pedagógica o gubernativa, lo cual significa que los afectos necesitan adecuadas disposiciones de promoción y cultivo
      + Asegurar una promoción de los sentimientos, preferentemente positivos.
      + Promover oportunas situaciones de desahogo afectivo y gratificante.
     + Abrirse a diversidad de intereses y a pluralidad de actitudes generosas.
     + Cultivar los sentimientos superiores, los éticos, los estéticos, los espirituales.

 

   7. Setimientos religiosos

   Especial consideración merecen para el educador de la fe la formación de los sentimientos religiosos, de modo que constituyan adecuado soporte humano de la fe, de la religiosidad, de la espiri­tualidad cristiana.
     - Ni es bueno el exceso de sentimientos que no estén amparados por ideas sanas y opciones serias, ni es formativo cultivar la anestesia religiosa que prepare el camino para la frialdad o para la indiferencia.
     - En este terreno es frecuente infravalorar los sentimientos espirituales como signo de debilidad o como patrimonio de la feminidad y de la infancia. Los sentimientos religiosos, como los éticos y los estéticos, son una cualidad excelente de las personas sanas. Poseerlos es signo de riqueza y manifestarlos es gesto de fortaleza. Educar al hombre en este sentido responde más a la naturaleza que tratar de amortiguar tales manifestaciones por respetos humanos o por prejuicios laicistas o secularistas.
     - Los sentimientos religiosos sembrados en la infancia, son riquezas que se conservan para toda la vida. Aunque haya etapas juveniles posteriores que parece que todo se disuelve y se ha perdido el tiempo, conviene sospechar con son riquezas latentes que aflorarán de nuevo en el momento menos pensado. Es importante que los educadores sean conscientes de ellos para que no pierdan la fe en su labor y la paciencia.
    - Al igual que en otros rasgos, en la afectividad religiosa no se puede esperar lo mismo de todos los educandos. Hay que saber diferenciar y respetar la idio­sincrasia espiritual de cada persona.
     Con todo es prudente sospechar que existen umbrales afectivos inferiores y superiores que provocan alarmas pedagógicas cuando se traspasan.
     - Y también es bueno tener en cuenta que los sentimientos se vinculan siempre con objetos concretos: personas, miste­rios religiosos, preceptos, recuerdos, acciones. Cultivar la sensibilidad espiritual en abstracto y sin referencias no es práctico. Por eso los sentimientos religiosos se cultivan a través de las devociones: la cristocéntrica, la mariana, la eclesial, la apostólica, etc. Por eso es bueno desvincular la devoción del sexo, de la edad o de la raza. Todo hombre sano en la mente y en el corazón tiene su esquema trascendente fundamental: debe desarrollarlo, debe protegerlo, debe profundizarlo y debe respetarlo