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Vicio que se considera en la tradición cristiana como pecado capital. Consiste en encumbrarse con desprecio a los demás y en considerarse muy por encima de las propias riquezas materiales, morales, intelectuales y sociales.
Es paralelo a conceptos como orgullo, vanidad, altanería, presunción, jactancia, arrogancia. El concepto de soberbia no se debe confundir con el de autoestima que es el justo aprecio o el sereno reconocimiento de los propios méritos.
En su naturaleza la soberbia implica la sobreestimación propia acompañada de la actitud despectiva para otros, bajo la firme presunción de la propia valía, poder o superioridad.
Es una actitud frecuente en el hombre arrogante. Es fuente de otros muchos desórdenes éticos. Se suele considerar como el peor de los pecados y se atribuye al demonio la rebelión contra Dios por soberbia, aplicándole el texto profético puesto en su boca: "Escalaré el trono del Altísimo y me haré semejante a él" (Is. 14.14).
Cristianamente es rechazable, y se encuentra con frecuencia repudiada en toda la Historia bíblica (Prov. 11.2 Is. 9.18; Job 11.12; Eccli. 13.1) y en el mensaje del Evangelio (Mc. 7.22; Lc. 1. 51; Rom. 1.30; 2 Pedr. 2.18; 2 Tim. 3.2)
Es lo más opuesto a la actitud del mismo Cristo, que "se humilló a sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz". (Filip. 2. 8). Es lo que Jesús condenaba en los fariseos con las palabras duras de Mateo (Mt. 23. 3-20) y en todas sus enseñanzas: "El que se ensalza, será humillado" (Lc. 11. 5). Y también María, en el Cántico del Magnificat, afirmaba que Dios "humilla a los soberbios y a los humildes los colma de bienes" (Lc. 1.51)
El mensaje cristiano contra la soberbia ha sido tema preferente en toda la ascética cristiana, no sólo por el sentido natural que mueve al hombre a rechazar al arrogante, sino por especial referencia revelacional que recoge el eco permanente de la Palabra de Dios.
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