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En general se denominaron así a todas las herejías que negaron de una u otra forma la igualdad de las tres divinas Personas en la Trinidad: unas hicieron al Hijo subordinado al Padre y otras hicieron la Espíritu Santo una criatura subordinada a la divinidad o al Padre y al Hijo.
El Concilio de Nicea del 325 dejó clara la igualdad y la consustancialidad del Padre y del Hijo. Y el de Constantinopla del 381 aclaró además la igualdad y la consustancialdiad del Espíritu Santo.
Entre los que se resistieron a aceptar esta igualdad y, por lo tanto, defendieron, algún modo de dependencia de un Persona a la otra fueron los "ebionitas" los más claros promotores. Afirmaron el carácter de criatura de Cristo y su sola adopción por la divinidad. Dios lo adoptó (adopcionismo) como predilecto, pero no lo igualó a sí mismo como consustancial.
Los gnósticos consideraron a Jesús como una emanación divina del único Dios, apareciendo como una especie de Dios secundario, en todo dependiente y subordinado a la divinidad pura.
Arrio negó la divinidad y proclamó el carácter de criatura de Jesús, en quien se encarnó la divinidad pero sin anular la humanidad dependiente.
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