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Es la insinuación oculta o explícita para hacer el mal. (tentare, poner a prueba en latín). En la ascética cristiana se ha entendido siempre como un asalto a la voluntad de una persona para que actúe en forma no conveniente.
En el hombre hay una tendencia al bien y otra al mal, a vengarse y a ser compasivo, a gozar contra la ley y obedecer por responsabilidad. La lucha entre el bien y el mal se halla arraigada en el corazón humano, mirado individualmente y valorado como realidad colectiva de la humanidad. Esa tendencia o tentación natural no es en sí misma un desorden, un pecado, sino una debilidad. Si se convierte en acto deliberado de la voluntad humana, si se consiente en ella, entonces se entra en la desviación ética o espiritual. Pero, si es sólo tendencia, no es desviación.
Las tentaciones deben ser dominadas y vencidas en sus raíces: evitando las ocasiones, desarrollando hábitos contrarios para cuando llegue la invitación interior de la naturaleza o la exterior de los otros estimulantes: del mundo, de la gente, de las circunstancias, ocasionalmente de las potencias diabólicas en la medida en que Dios les consienta tentar a los hombres. Si se ha fortalecido la voluntad, hay pocas posibilidades de que la tentación venza. Si no hay fortaleza en la mente y en el corazón, hay pocos recursos para no consentir en la insinuación al mal.
Los medios del cristiano que en la ascética tradicional se han propuesto para vencer las tentaciones son directos; voluntad firme de resistir, superación por la lucha, etc.; y a veces también pueden ser indirectos: oración, espíritu de penitencia, ayudas de amigos, reflexión serena, desviaciones oportunas, etc.
Las tentaciones nunca vienen de Dios, porque Dios no puede incitar al mal. Pero sí pueden ser toleradas por El para probar nuestra fidelidad, nuestra fortaleza y nuestra sinceridad.
Lo que no se debe hacer de ninguna manera es sospechar fácil intervenciones sobrenaturales cuando determinadas alteraciones ponen en juego esa fidelidad y fortaleza. El demonio no tienta si Dios no lo permite. La carne, o el cuerpo, no tienta si sólo refleja tendencias naturales. El mundo no tienta sino a quien se pone al alcance del mal o del malvado.
En educación es conveniente personalizar las tentaciones. Es el propio yo el que origina muchas de las insinuaciones desordenadas, si la inteligencia no clarifica las realidades morales y la voluntad no se cultiva para ser dueña de las decisiones.
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