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          Carmelita y doctora de la Iglesia. Se llamaba  María Francisca Teresa Martín y nació en Alenzón, Francia, en 1873. Estudió con  las Benedictinas de Lisieux. Y desde allí ingresó en el Carmelo local, llevando  una vida de "infancia espiritual" que la haría célebre por su forma  sencilla de santificación. 
   Fue  como una sencilla violeta que en nada se hizo notar salvo en la alegría y en la  bondad, en la pureza y en el candor. Se extinguió en pocos años, pues murió en  1897, a  los 24 años. 
   Pocos santos han alcanzado una popularidad  tan enorme en la Iglesia, pero el aroma de su virtud se hizo irresistible. La  biografía que la mandaron escribir se publico con el título de "Historia  de un alma" y se tradujo a todos los idiomas, haciendo un bien  incalculable. Pío XI, que la canonizó en 1925, la declaró, dos años después,  patrona de las misiones católicas, junto con San Francisco Javier. 
   Se la llamó Santa Teresita, para distinguirla  de Teresa de Jesús. Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia por la grandeza de  su espiritualidad. 
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