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Presentación de Jesús en nueva figura ante varios Apóstoles (Juan, Pedro Santiago) relatado por el Evangelio de Mateo (Mat. 17). Lo hizo como signo de su misteriosa divinidad y como reflejo de su trascendencia humana. Constituyó un hecho singular en la vida de Jesús que la Iglesia luego ha querido recordar en una fiesta litúrgica (6 de Agosto) y que los comentaristas y exégetas bíblicos han querido explicar y comentar de mil modos diferentes.
La celebración litúrgica del acontecimiento viene de lejos. El Obispo armenio Gregorio Arsharuni hacia el 690 d. C. fue el primero que atribuyó su celebración como festividad a San Gregorio el Iluminador (+ 337). Parece que surgió para contrarrestar la celebración pagana de la fiesta en honor de Afrodita llamada Vartabah (Llama de rosa). En Occidente la festividad se introdujo entre el siglo X y el XI. Y en 1456 Calixto III la extendió a la Iglesia Universal, en memoria de la victoria de Hunvady sobre los turcos en Belgrado (lograda el 6 de Agosto del mismo año). El Papa mismo redactó el Oficio todavía en uso. Es la fiesta titular de la Basílica de Letrán en Roma.
Con ella la Iglesia quiso recordar que, aunque hombre perfecto y encarnado siguió como Dios por encima de sus rasgos humanos. Las dos figuras citadas por el evangelista. Moisés y Elías representaban para los Apóstoles testigos del hecho, como para todos los judíos, las cumbres religiosas de su fe israelita: la Ley sagrada entregada a Moisés y el profetismo llevado a la cumbre por Elías. Al margen de las exégesis simbólicas que han abundando del hecho, el hecho una visión celeste no hacía otra cosa que confirmar la supremacía humana y el origen divino de Jesús.
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