Unidad
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       En general es la propiedad de un ser, entidad, sociedad o movimiento, que se expresa por la singularidad de notas, de datos, de partes y de vínculos. Es término análogo, no unívoco, al de singularidad, simplicidad, indivisibilidad, cohesión, globalidad.
   En referencia a la Iglesia cristiana, es la señal o "nota" querida por Jesús, que se define como la vinculación esencial que tienen sus discípulos respecto de su persona humana y divina, resuci­tada y presente entre los suyos que, a lo largo de los siglos, se hallan extendidos por el mundo entero.
   Cristo quiso una Iglesia católica, santa y unida. Pero la hizo de hombres limitados y libres. Ni la santidad ni la unidad serían perfectas nunca, no porque Cristo no la quisiera, sino porque los hombres no responden a sus deseos fundacionales de manera perfecta. Por eso los miembros de la Iglesia, con llamada a la santi­dad, no siempre son santos. Y por eso se explica el que, queriendo Cristo que su Iglesia fuera una y sus miembros vivieran unidos, conoció en la Historia múltiples divisiones, cismas y separacio­nes y rivalidades. Hoy mismo se diversifi­can, y rom­pen la unidad, con multitud de gru­pos que se llaman cristianos.
   Como nota de la Iglesia, fue el Concilio de Constantinopla (año 381) el primer lugar en donde se expresó los cuatro sig­nos de la Iglesia: unidad, santidad, catoli­cidad, apostolicidad y se propuso esas cuatro notas como señales o pruebas de la verdadera Iglesia. La unidad no es la uniformidad. La uniformidad hace referencia a las actuaciones y a las relaciones. La unidad alude a la fe, a la caridad y a la plegaria. Algún tipo de unidad es indispensable para cualquier sociedad humana: es la base del orden, sea civil, política o religiosa la sociedad.
  Y la Iglesia, además de Cuerpo místico con una sola vida y una sola alma, es también sociedad de hombres terrenos. Por eso la unidad social y moral es conveniente y hay que aspirar a ella. Pero el sentido de la unidad radical es más profundo y estable que el que se desprende de los avatares históricos y de las disensiones doctrinales o pluralidades culturales. El concepto de unidad curiosamente varia en cada Iglesia de las que se llaman cristianas:
    - Muchos protestantes creen que la unidad se identifica sólo con la fe, la esperanza y la caridad o amor a Cristo. Formulas doctrinales, plegarias, jerarquías terrenas las miras como secundarias.
    - Los cristianos ortodoxos, por lo general, entiende la unidad como aceptación de la misma Palabra sagrada de la Escritura, la vivencia en los mismos sacramentos, la acción el Espíritu Santo. Las iglesias locales: Constantinopla, Rusia, Antioquía, Jerusalén, Grecia, se contemplan como expresiones externas de una autoridad pluriforme, que no necesita una cabeza visible, como sospecha Roma.

    - Los anglicanos enseñan que la única Iglesia se compone de tres ramas: griega, romana y anglicana. Dicen que cada una tiene una legítima jerarquía diferente, pero todas se hallan unidas por un vínculo espiritual que es el amor a Cristo.
   - Los católicos son más exigentes. La unidad no es sólo espiritual y moral. Tiene que ser real y jerárquica. Son conscientes de que las divisiones cristianas son obstáculo para la misión de la Iglesia y rezan y luchan para que los cismas y las rebeldías terminen. Ven la unidad en la voluntad de Cristo y ven en el texto sobre el Primado de Pedro el secreto y el enlace de esa unidad. Por encima de todo, los cristianos tienen que aspirar a vivir unidos en la doctrina, expresada mediante la fórmula del Credo; en el culto, manifestado por el Bautismo y la Eucaristía sobre todo. Y en la unidad de gobierno, por la aceptación del Obispo de Roma, sucesor de Pedro.
   La Iglesia de Jesús, reflejada en las palabras del Señor que la define como un reino, el reino del cielo, el reino de Dios (Mat. 13. 24-33; Luc. 13.18; Jn. 18.36); que la comparó a una ciudad cuyas llaves se confiaban a los Apóstoles (Mt. 5.14; 16.19); que la vio como un redil al que todas sus ovejas debían venir y estar unidas bajo un solo Pastor (Jn. 10. 7-17) o una vid con sus sarmientos unidos, con una casa construida sobre una roca (Mt. 16.18), es la que ha durado en el mundo dos milenios y seguirá adelante hasta el final de los tiempos según la promesa de Jesús.
   Jesús pidió al Padre antes de su pasión la unidad para sus Apóstoles y para los que creyeran él por su predicación: (Jn. 17.20-23). Ante les había dicho a los suyos que "todo reino dividido quedaría desolado y toda ciudad o casa dividida terminaría pereciendo" (Mt. 12.25).
    Los Apóstoles entendieron su mensa­je: (Gal. 5. 20-21; 1 Cor. 1.13 y 102.16-17; Ef. 4.3-6). Gál. 1.8; 1 Jn. 4. 1-7; Apoc. 2. 6,14-15 y 20-29; 2 Pedr. 2. 1-19; Jud. 5.19). Y su mensaje se mantuvo vivo a lo largo de los siglos reclamando la unidad hasta hoy, aunque que no lo haya conseguido.