VERDAD
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   El octavo mandamiento de la ley de Dios se enuncia tradicionalmente como "No mentir", expresión que sintetiza el texto del Exodo: "No darás falso testimonio contra tu prójimo" (Ex.19.16), repetido en el Deuteronomio con las mismas palabras (Dt. 5.20)
   La tradición ha desarrollado amplia­mente el concepto de mentira como opo­sición a la verdad, y ha reclamado la atención ética de los creyentes en torno a diversas acciones y actitudes que perjudican el derecho que los demás tienen a la verdad.
   Se puede presentar el deber de la verdad como una consecuencia natural de ser criaturas de un Dios que es la verdad por excelencia y la condena de la mentira como oposición a esa afinidad divina.
   Por otra parte, en clave cristiana, será importante el identificar la verdad con el mismo Cristo que se proclamó "camino, verdad y vida" (Jn. 14.6). Y reclamó a sus seguidores el alejamiento del maligno, pues el fue el "padre de la mentira" (Jn. 8.44).
   Se debe juzgar la mentira como un alejamiento esencial de ese Jesús  que vino "para dar testimonio de la verdad", de modo que la moral cristiana será siempre hacerse eco de esa disposición fundamental de sinceridad, veracidad, fidelidad y transparencia.

 


  

1. La verdad como ideal

   Jesús se presentó como el gran promotor de la verdad de Dios. Ante Pilato, Cristo proclamó que había "He venido al mundo para dar testinonio de la verdad" (Jn. 18.37).
     Y el mismo Jesús resaltó este deber fundamental de sus seguidores: decir la verdad y cumplir la palabra dada a Dios y dada a los hombres: "Se dijo a los antepasados: No jurarás en falso, sino que cumplirás al Señor tus juramentos... Pero yo os digo: no juréis ni por el cielo ni por la tierra... ni por Jerusalén ni por tu cabeza... Decid sencillamente sí, sí, o no, no, que lo que de ahí pasa, viene del maligno" (Mt. 5. 37).
    El mandamiento cristiano de la verdad, es algo más que el de "no mentir". Es el que de forma positiva dice: vive en la verdad y habla la verdad. El seguidor de Cristo debe vivir el ideal de la verdad de su Maestro. La visión positiva es la mejor perspectiva evangélica, porque "Dios es la verdad" (Jn. 3.33 y 8. 26) según el testimonio de Jesús.
  De las 182 veces en que se usa el concepto verdad o verdadero (alezeia), 27 veces están en los textos evangélicos y unas 30 en la Epístolas, se alude a ser una prerrogativa divina.
   Es normal que en la doctrina cristiana se vincule la verdad con el deber de imitar a Dios y se considere la ausencia de verdad como un signo de alejamiento divino. Por eso, la mentira no sólo perturba el orden social y la pacífica convivencia entre los hombres. Pero, sobre todo, destruye la adhesión a Dios.

   1.1. El concepto de mentira

   Mentir es ocular la verdad injustamente o engañar a quien tiene derecho natural a saber la realidad de las cosas o de las personas. Mentir tiene un sentido positivo. Una cosa es mentir y otra ocultar la verdad.
   El mentir es una deficiencia moral. Pero, a veces, hay que ocultar la verdad, cuando es conveniente que se mantenga sin manifestarse. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho de conocerla.
   La base de la convivencia humana está en la confianza en las interrelaciones. Por eso es un deber natural no actuar con fingimiento en la comunicación interpersonal. La concordancia entre palabra y pensamiento es condición de vida entre los seres inteligentes.
   Entre los bienes que posee el hombre está posibilidad de comunicar los pensamientos y afectos mediante la palabra. El buen empleo de la palabra es un deber y, si el interlocutor tiene derecho a saber la verdad, es además deber de justicia.
   Pero no es la materialidad de las palabras lo que esconde un desorden moral en torno a la sinceridad, sino la intencionalidad que las aliente. Cuando se tiene intención de engañar, se miente. Cuando se tiene otra intencionalidad al hablar o al callar no se miente, aun­que cuando el interlocutor se lleve a engaño en aquello que no debe saber.
   También es bueno recordar que no se puede considerar como mentira ética el uso jocoso del lenguaje, cuando se bromea y se exagera en un intercambio fácilmente identificable por parte de los oyentes.

   1.2. Formas de verdad

   Precisamente por la abundancia de formas lingüísticas se pueden diferenciar diversas formas éticas de adherirse a la verdad o de carecer de ella. El vocabulario expresivo de esa adhesión es múlti­ple en los idiomas, pero se sostiene sobre el común denominador de la con­cordancia entre palabra y pensamiento.
  
  1.2.1. Nobleza, franqueza

   Es la actitud general de la persona que la inclina a actuar y hablar con transparencia en las comunicaciones o en cuanto pueda poner al interlocutor en comunicación con la realidad.
   Lo contrario se denomina hipocresía o permanente ocultación de lo que se es o de lo que se piensa.

   1.2.2. Sinceridad

   Alude a la intencionalidad del que comunica algo y ajusta sus palabras a sus pensamientos con la intención de que el receptor de los mensajes no se equivoque al recibirlos. Lo contrario es el engaño o deseo de que se reciba el objeto de forma errónea.

   1.2.3. Lealtad

   Cuando existe una vinculación especial de tipo comprometedor con la persona a la que se comunica con palabras o con obras una actitud, una promesa o un compromiso, se habla de lealtad. Con ella se deja claro que la adhesión es firme y se reclama la confianza en que se realizara lo que se insinúa o promete.
   Si falla esa consonancia, se habla de deslealtad, de traición, de felonía, de farsa, de embuste o de trampa.

   1.2.4. Honradez, rectitud

   La actitud permanente de decir la verdad y obrar en consecuencia se define como integridad, rectitud y honradez. Se alude con estos términos, al modo de ser y no sólo al modo de actuar o hablar. Si se da lo contrario se habla de  fingimiento, de doblez o de astucia.

   1.2.5. Fidelidad

   Si la verdad se encierra en la palabra firme y en su cumplimiento, se alude al concepto de fidelidad. Se relaciona ordinariamente con la amistad, con el amor matrimonial o con los compromisos adquiridos. Hablamos de infidelidad o traición al quebrantamiento de la palabra dada.
 
   1.2.6. Integridad, probidad

   En cuanto constituye el amor a la verdad un modo ético de ser de las personas o de los grupos, se habla de integridad, de honestidad, de dignidad. Y si fallan los comportamientos por el ocultamiento de las disposiciones o intenciones, se habla de dolo, equívoco, torpeza, o vergonzoso incumplimiento del deber o del compromiso.

   1.2.7. Veracidad

    Cuando aludimos preferentemente a la palabra escrita o hablada, aludimos a la veracidad, o "manifestación de la verdad", como la disposición a convertir en hechos reales lo que se pronuncia con palabras. Si se tiene la actitud contraria, un torrente de términos define a quien piensa una cosa y dice intencionada y conscientemente otra: cuentos, chismes infundios, trampas, enredos, etc.

   

 

   2. La mentira

   Tantas formas de expresar la verdad, o de no acertar a expresarla, se condensan en la palabra castellana de mentira.  Interesa también analizar a fondo el alcance de la expresión "no mentir"

   2.1. Carencia de la verdad

   La verdad es la oferta de la realidad tal cual es a quien tiene derecho a ella. La mentira es "decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar". Implica ocultar, desviar, provocar el error, hablar u obrar contra la palabra que se da o emplea. La mentira es tratar de que los demás caigan en el error.
   En sí misma, si es auténtica, lesiona los derechos de Dios sobre sus criaturas, pues siendo El la verdad, los hombres deben imitarle y amar la verdad. Quien miente se separa de Dios, suprema verdad.
   El derecho y el deber que se asocia a la comunicación de la verdad no es absoluto. Para que haya autentica mentira y la palabra tenga el alcance ético de lesión a la verdad, se ha de presuponer que el receptor de los mensajes tiene derecho natural a conocer la realidad.
   De lo contrario no se puede hablar de mentira. No tenemos obligación de revelar todo lo que sabemos a todo el que lo desea conocer, si a ello no le asiste el derecho natural. Por eso no es mentir el "ocultar la verdad", por el callar o por el disimular, si tal ocultamiento es más conveniente que la manifestación.
   Callar puede ser virtud o pecado según lo que exige cada situación. Se debe discernir desde el amor al prójimo y  desde el respeto a la verdad, si conviene o no revelar la realidad a quién pide descubrirla. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto a la vida privada, el bien común son razones para callar lo que no debe ser conocido.
   Es precisamente la conciencia del hombre libre la que determina cuando el derecho ajeno a saber obliga a comunicar hechos o datos y cuándo la obligación está en el no comunicar.
  
   2.2. Rechazo a la mentira  en el Evangelio

   En el Antiguo Testamento se presenta a Dios como fuente de toda verdad. Su "Palabra es verdad" y "su Ley es la verdad" (Prov  8. 7). O como el autor dice: "Tu verdad de edad en edad." (Sal. 119. 90)
   Pero es el mismo Jesús, según el relato de los evangelistas, el que más fustiga la hipocresía. Basta recoger las condenas a los fariseos y escribas (Mat. Cap. 23) para entender lo que para Jesús es el mentir.
   El Señor denunció la mentira como obra diabólica: "Vuestro Padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la men­tira." (Jn. 8,44)
   En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud: "Lleno de gracia y de verdad." (Jn. 1.14). Se proclamó la "La luz del mundo." (Jn. 8. 12) Y con frecuencia se presentó como "mensajero de la verdad". (Jn. 14.6)

   El mensaje fue recibido y desarrollado por los seguidores del Mesías. Cada discípulo de Jesús descubrió el deber de enseñar la verdad y de luchar contra la mentira: "No nos predicamos a noso­tros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.  Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.
   Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que parezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros." (2 Cor. 4. 5-7)
   A lo largo de los siglos, tal mensaje definió a los cristianos de todos los tiempos: desde San Policarpo, que decía al morir: "Te ben­digo por haberme juz­gado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de los mártires... Has cumplido tu prome­sa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por El, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén." (Actas de los mártires); hasta el Papa Juan Pablo II dos milenios después (6 Agosto 1993), que escribía una Encíclica sobre la Verdad, comenzando con estas permanentes palabras: "El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador, de modo especial en el hombre, creado a su imagen y semejanza." (Veritatis Splendor 1)

     3. Formas de mentira

     Las formas de mentira son muchas, como muchas son las palabras y las intenciones de los hombres.
     El cristiano debe siempre "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias". (1  Pedr. 2. 1) Pero debe conocer los diversos modos de caer en el pecado de la mentira para evitarlos por igual.

   3.1. Falso testimonio

   Es el uso de la palabra para afirmar en perjuicio o beneficio de otro lo que no es hecho o realidad. Con todo se precisa con esta expresión el testimonio que no responde a la realidad y perjudica a una persona en aspectos graves.
   Unas veces se hace en la vida ordinaria, usando la palabra o el escrito. Y en ocasiones puede realizarse en actos públicos como declaraciones, denuncias, testimonios judiciales, etc. que tienen carácter de oficialidad.

   3.2. Perjurio.

   Si el testimonio va refrendado por un juramento o alusión a Dios presente, con la intención de imponer mayor solemnidad o credibilidad a lo que se dice, en­tonces se habla de perjurio o juramento, imprecación o dictamen, en el que la palabra humana queda matizada de significación religiosa en quien lo pro­nuncia, en quien lo recibe o en ambos.
   Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Pero, si se reclama a Dios por testigo, entonces se añade el sacrilegio a la falsedad. Y si la falsedad se pronuncia ante un tribunal, es grave falso testimonio. En la misma Escritura se recuerda la gravedad de tal acción: "El testigo falso no quedará impune, el que profiere mentiras perecerá". (Prov. 19.9)

   3.3. Juicio temerario

   Si el juicio no se exterioriza, pero queda en la persona que lo formula o en su círculo íntimo de afines, sin trascendencia social, se suele llama "juicio temerario", imprudente, ligero o banal.
   Ni siquiera en el fuero interno de la mente puede el cristiano juzgar mal a los hermanos, no sólo por el respeto que el prójimo merece como hombre, sino por el especial vínculo de la fe entre cristia­nos hijos del mismo Padre.
   Es una forma de faltar a la verdad, y de herir la caridad huyendo con ligereza de la verdad, incluso aunque no haya trascendencia en las acciones.
   El juicio temerario se evita con el cultivo de la benevolencia y de la pre­sunción de inocencia, interpretando, en cuanto sea posible, en sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones del prójimo.

   3.4. Maledicencia:

   Si los juicios se traducen en palabras, escritas o habladas, comunicadas a terceros y sin fundamento, motivo o necesidad, entonces se habla de maldecir o de hablar mal.
   Incluso aunque el objeto de la comuni­cación sea verdadero o real, la discreción y caridad reclama el silencio si no existe motivo justo para la comunicación.
   Es maledicente el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran con el ánimo de perjudicar su reputación.
   La razón está en la carencia de necesidad o conveniencias para revelar lo oculto perjudicial y el perjuicio para la reputación y el honor del prójimo
   Con todo, si la comunicación se hace por un motivo superior al perjuicio que origina, como sería evitar un mal, prevenir un peligro, denunciar una situación injusta, no es maledicencia, sino denuncia evangélica, la cual puede llegar hasta ser un deber.

   3.5. La murmuración

   Una forma de maledicencia es la murmuración, que es el hábito de hablar mal del prójimo en ausencia suya, sobre contenido verdadero o falsos, pero sin necesidad o conveniencia en el hacerlo. Ya el Eclesiástico 21. 28 decía: "El murmurador mancha su propia alma, y es detes­tado por el vecindario."
   Es deber la reserva y la discreción, aunque el objeto de la comunicación sea verdadero, sean públicas o secretas la cosas reveladas. Si son públicas, no se comunica nada nuevo a los oyentes, pero se hiere el respeto y la caridad con los ausentes. Si son secretas, salta la barrera de la murmuración para  entrar en la calumnia.
   El que fomenta con sus actitudes o sus comentarios la murmuración también contribuye a herir la verdad, la caridad y la justicia.
 
   3.6. La calumnia

   Si el objeto de la maledicencia es falso y a sabiendas se hace público con perjuicio material o moral del prójimo, la acción de la comunicación se denomina calumnia. Entonces no se hiere sólo la verdad, sino la justicia (por el objeto) y la caridad (por la persona).
   La calumnia está entre las carencias más graves éticamente en relación a la verdad. Se haga por ligereza, por malicia o por intereses materiales, lesiona la justicia con respecto a las personas y deja siempre la posterior obligación de la reparación. La reparación debe ser proporcional al daño causado.

   3.7. Contumelia

   Cuando la calumnia se realiza de forma ofensiva e hiriente, en la misma presencia de la persona,  a la ofensa verbal se añade la lesión moral o física para quien la recibe. Es la contumelia, que es una forma especialmente grave de calumnia.

   3.8. La adulación

   Aunque sea frecuente, no deja de ser una falta a la verdad el halago, que es decir a otro lo que le es grato, o la adulación, que es mentir a la cara para sacar beneficios. Se cae en este vicio por buscar un interés: una influencia, un servicio, una amistad, evitar un problema...
 
   3.9. Vanagloria

   Es la jactancia del propio valer u obrar, exagerando los propios méritos y publicándolos de forma inoportuna o exagerada, llegando incluso a la megalomanía o exageración en los méritos. Lo contrario es la ironía, que trata de infravalorar con menosprecio o caricaturas malévolas los méritos ajenos.


  

 
 

 


Cabeza de Juan Bautista, (Villabrille) defensor de la Verdad

   4. Educación en la verdad

   Educar en la verdad es fomentar el afán de la sencillez en las palabras, de la objetividad en los mensajes y de la moderación, delicadeza y oportunidad en las manifestaciones.
   Nadie esta obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla. Pero es necesario promover, como estilo ordinario del vivir, el clima de verdad y de veracidad. Con él, se desarrolla la personalidad sana  con disposiciones siempre limpias, rectas y convenientes.
   En un mundo inclinado a los adornos literarios y a las imágenes ficticias propias de los fugaces medios audiovisuales de comunicación, la educación en el espíritu de verdad y de sinceridad se convierte en una necesidad imperiosa.
   Hay que enseñar a los niños y a los jóvenes a pensar y a hablar con verdad, lo cual no es fácil, pero sí posible, si hay buena voluntad.
    Esto supone diversos y adecuados compromisos:
       - Hay que enseñar a lograr el equilibrio justo entre lo que debe ser expre­sado y lo que debe ser callado, entre la comunicación noble y la reserva, entre el secreto y la palabra oportuna.
       - Los estilos de vida sincera se logran con los hábitos de la verdad, que son mucho más efectivos que los actos pasajeros de sinceridad.
        - Hay dos cualidades que deben ser cultivadas con interés desde los primeros años: la discreción en el hablar, la prudencia en el callar.

 

      4.1. Discreción

   Es la virtud que mueve a decir la verdad cuando debe ser dicha y a callarla cuando es más conveniente el silencio. Esta virtud exige fortaleza, gobierno de sí mismo, serenidad y reflexión.
   Se consigue con el ejercicio constante y con experiencias prudentes. La espontaneidad ingenua del niño se va transformando en reflexión discreta a medida que la experiencia enriquece la vida y la reflexión se adueña de la persona.
   Educar en la discreción es enseñar a mantenerse a igual distancia entre la locuacidad superficial y la reserva desconfiada, distinguiendo materias y personas, momentos y circunstancias.
   Se debe guardar la justa reserva respecto a la vida privada de las personas o de los grupos. No siempre es fácil, sobre todo en nuestra cultura que se halla muy impresionada por la noticia de prensa o el flash de Televisión, campos en donde la discreción ciertamente no brilla por su presencia
   La manipulación de la información puede inducir a la persona débil, como es la infantil, a asumir una forma ligera de comunicación estructuralmente falsa. Por eso es tan importante educar desde los primeros años en actitud crítica e inteligente ante los estilos exagerados de la comunicación social: ante la noticia sensacionalista, ante las ofertas del anuncio comercial, ante los programas políticos partidistas, ante las modas o los reclamos mercantiles, ante las manipulaciones de grupos, sectas, espectáculos, en donde la moral puede quedar diluida en el pragmatismo de los resultados inmediatos.
 
   4.2. El secreto

   La educación recta de la nobleza exige fomentar desde los primeros años la fidelidad a la palabra dada, el respeto al secreto prometido, la prudencia reflexiva en el hablar, aunque estos estilos no sean fáciles en los primeros años.
   Al niño hay que enseñarle que determi­nadas situaciones o hechos conocidos por cada persona exigen el secreto natural, sobre todo si perjudica a terceros su manifestación. Hay que enseñar a tener control de la propia palabra y a huir por igual del miedo a la comunicación y del gusto a la maledicencia.
   El guardar secreto cuando se debe hacer es un instrumento de formación de la voluntad y de la inteligencia. Sin inclinarse por estilos secretistas en educación, sí conviene recordar que las actitudes de la sinceridad, lealtad y fidelidad son posibles en niños y jóvenes. Y son compatibles con la responsabilidad en el hablar, tanto cuando es deber el comunicar una situación perjudicial para otros como cuando hay que guar­dar un secreto para sí.
   Saber conservar un secreto confiado y aceptado, rechazar las manifestaciones indebidas de otros compañeros, apreciar la propia intimidad y ser respetuoso con la ajena, son medios de fomentar la dignidad, la fortaleza interior, la reflexión y la prudencia en las relaciones sociales.

 

 

  

 

   

 

   5. Catequesis de la verdad

   Además de los aspectos pedagógicos en general, conviene reconocer que el deber de la sinceridad y de la veracidad debe convertirse en un objetivo importante de la educación religiosa desde la primera infancia.
   Hay aspectos relacionados con la verdad y la franqueza que superan los meros criterios pedagógicos y llegan a sincronizar con el mismo mensaje evangélico de Jesús. Esos aspectos son los que constituyen el entramado de la catequesis de la verdad.
   1. La catequesis de la verdad comienza por descubrir progresivamente la realidad divina de la verdad misma, en cuanto Jesús se define como Verdad revelada al mundo.
   Poco a poco hay que saber presentar en cada edad lo que implica que Cristo es la Verdad, el Verbo, la Palabra hecha carne. Sólo desde la identidad misteriosa de Cristo, se pueden descubrir las razones profundas para valorar la verdad. Estas son: "Dios es la verdad" (Pedr. 8.7), "la Palabra de Dios es la verdad" (Salmos 119 y 142), Cristo mismo "es la verdad" (Jn 8.12 y 146), etc. es lo que lleva a entender y vivir el mensaje cristiano como gesto de amor a la verdad.
   2. Pero la verdad es mucho más que una palabra. Es una vida que hay que desarrollar desde los primeros años: se dice la verdad por que Dios lo pide, se exige la verdad por que a Dios refleja, se vive la verdad porque a Dios acerca.
   Esa vida en la verdad se cultiva a base de experiencias positivas o negativas. Las positivas se fundan en el placer reforzador que conlleva la declaración de la verdad cuando los demás reconocen su existencia y confían en quien la dice. Las negativas tienen que ver con los efectos desagradables y nocivos que implica la mentira, el engaño, el fingimiento y el rechazo de la desconfianza.
   En la mente del niño hay que relacionar la verdad con la voluntad de Jesús y la mentida con el alejamiento de la amistad de Jesús.
  3. Hay que perfilar una catequesis de la verdad con planes de continuidad. No basta una instrucción pasajera sobre el deber de decir la verdad, sino que se reclama el promover la sincera aceptación de la realidad. Conseguir esa actitud de veracidad no siempre es fácil. El niño esta inclinado en los primero años a la simulación, unas veces por exceso de fantasía (etapa de la fabulación entre 3 y 6 años) y con más frecuencia como forma de autodefensa (6 a 9 años). Los resultados desagradables del decir la verdad pueden en ocasiones llevarle a mentir, disimular, incumplir, engañar...
   La catequesis debe enseñar a arrepentirse de las mentiras y debe ensalzar los ideales de vida que reflejan quienes nunca mienten. Más que difícil, es una  catequesis paciente, constante,
   4. La catequesis de la sinceridad debe apoyarse en modelos más que en sen­tencias. El ejemplo de Jesús, de María su Madre, de los Apóstoles y santos, sobre todo de los mártires, es imprescindible para descubrir el sentido evangélico de la veracidad. Saber y entender que hay quien prefiere la muerte a mentir sobre la propia fe, es algo que impresiona y suscita la imitación.
   5. Aunque es conveniente una buena sistematización de la educación moral en lo relativo al octavo mandamiento, el que manda amar la verdad y evitar la mentira, no es la dimensión teórica sino la práctica cotidiana lo que más contribuye a una buena catequesis en este terreno.
   Es importante que se desarrolle en los primeros años, ya que los hábitos negativos arraigados al principio, configuran un modo de ser que luego resulta difícil desarraigar si se han hecho estilo de vida o preferencia de persona.
  Por eso importa que esa catequesis reclame la exigencia en determinados ambientes o situaciones vitales: decir la verdad siempre a los padres, la lealtad con los amigos, la sinceridad en la vida escolar y de estudios, la transparencia de la conciencia y sobre todo la nobleza con uno mismo
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