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Persona, animal o cosa que se ofrece en un sacrificio a la divinidad como expiación, ofrenda o agradecimiento. Este concepto aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento, al aludir a los sacrificios naturales del primer estadio israelita (como los ofrecidos por Abel, Noé, Abraham, Jacob, Moisés); y a los sacrificios que exigía el culto reglado del Templo, con las estructuras sacerdotales que siempre reclamaron la existencia de víctimas.
De esas víctimas, dones y ofrendas vivían los sacerdotes y el personal que cuidaba el templo. Era natural que se promocionaran y se destribuyera de una forma jerárquica y que el puesto de Sumo Sacerdote fuera, no sólo un puesto religioso y piadoso sino una auténtica entidad comercial y administrativa de la que dependían todos los subordinados.
En hebreo no tuvieron término específico para decir víctima y empleaban el concepto de "seh", que literalmente es cordero; o bien "tebah o zebah", que indica ofrenda o sacrificio.
El Nuevo Testamento emplea metafóricamente 42 veces el término griego de "zysia" (sacrificio, víctima o "zyo", sacrificar, victimar). Siempre lo hace en referencia a la ofrenda que de sí mismo hizo Cristo. El concepto sacrificial del cristianismo se alejó rápidamente de las ofrendas cruentas judaicas y generó una nueva y mística visión del Sacrificio del altar: la del misterio de una víctima divina, Cristo, que se ofreció a sí mismo en la cruz. La misa, la Eucaristía, se consideró a lo largo de la historia como la ofrenda al Padre de una Víctima sagrada: Jesús, Hijo de Dios, permanentemente ofrecido en el altar, pero misteriosamente resucitado y vivo en la tierra y en el cielo para siempre.
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