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En sentido general indicaba entre los romanos tiempos previo, de preparación, de vigilancia de algo. Proviene del verbo "vigilare", observar, ver, cuidar. En el lenguaje de los cristianos pronto tuvo el sentido de plegaria nocturna con la que se preparaba una fiesta o se disponía el ánimo para un acontecimiento.
La idea de vigilia se asoció ordinariamente a la oración, sobre todo en tiempos y lugares de persecución y dificultad. Poco a poco se fue asociando a determinadas oraciones prefijada en las que, a la luz de las velas y a veces en lugares recónditos, como las catacumbas de Roma, se recitaban salmos, se entonaban himnos, se escuchaban sermones y relatos evangélicos, se celebraba la Eucaristía. Al despuntar el alba se solía disolver la asamblea.
Muy posiblemente la costumbre venía entre los primero cristianos de los ambientes judíos, como consta en algunos Salmos o en textos proféticos o sapienciales: Salm.118.62; Is. 29.6.
También el ejemplo de Cristo mismo fue un aliciente para esta práctica, al recordar las noches enteras de plegaria que el mismo Maestro había hecho ante el conocimiento de sus discípulos: Lc. 6.12; Lc. 12. 35-40; Mc. 13.33-35.
Consta también que los Apóstoles practicaron vigilias desde los primeros tiempos: Hech. 16.25; Hech. 20.7-11. San Pablo habló a veces de ellas: Tes. 5. 5-6; Ef. 6.18.
El concepto de vigilia se fue extendiendo a otras prácticas asociadas a la acción penitencial y a la actitud espiritual de velar por la noche. Se llamó también vigilia al "rezo nocturno", a la "preparación festiva" en la víspera, a la "abstinencia penitencial o al ayuno hechos como preparación, incluso a la "vela o duelo" ante los difuntos en la noche anterior al enterramiento.
Es interesante recordar también que en muchos lugares la vigilia adquirió pronto una dimensión catequística, al convertirla en un tiempo oportuno para la formación y fortalecimiento de la fe, siendo la homilía el elemento más intenso de la celebración.
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